Llego corriendo, con la
resaca resbalando lenta por mi nuca, mordiéndome, buscando terminar
conmigo. Los ruidos de la ciudad se incrementan hasta lo insoportable
y para colmo el impredecible clima del Valle de México decide volverse bochornoso, infame. Tarde, siempre tarde, corro hacia la mesa de
ponencias. El editor está ahí, presume sus apuntes apuntes teóricos
en el pizarrón y cuatro gatos, estudiantes desmañanados, fingen
poner atención. Debí llegar antes, me digo, a ver si clarifico sus
pinches apuntes que no entiendo. Finjo entereza y me siento en el lugar que me corresponde. Cojo el micrófono, inecesario pues la sala es pequeña y como
ya dije, hay poco público. La solemnidad de los congresos
estudiantiles de literatura siempre me ha parecido ridícula, como si
las ponencias o el asistir significara algo de verdad, como si fuera
a cambiar en algo las cosas, como si entre citas al pie de pagina se
enterrara la humanidad. Así que comienzo diciendo una grosería para
aliviar la tensión. Los estudiantes de letras siguen mirando sin
expresar nada, son como pájaros o reptiles, excepto por un par de
personas que sonríen. La sonrisa es el signo no sólo de la empatía,
también el de la inteligencia.
En fin, no pude decir
mucho, el tiempo se agotó a los cinco minutos de que me sentara,
además nadie hizo preguntas. Todo un éxito la presentación de
Desde el Globo en el CECIL de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Todo un éxito, seguro. El editor me quemó con su puro, pero aseguró que había sido sin querer.
Todo lugar a donde va el equipo Desde el globo y salimos sin ser linchados es un éxito Raúl, un éxito *Lo quema con el puro*
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