Salvar el mundo, pagar la renta, salir con mi chica, rescatar a la tía
May de su sexto infarto y su ultimo marido supervillano. Al parecer tengo todo cubierto. Pero no, al
llegar a la redacción una voz cavernosa y fúrica salé de la
oficina del director.
-¡Sánchez! ¿Donde está ese bueno para nada? ¡Lo quiero en mi
oficina ahora mismo!
Es nada más y nada menos que la voz de Prismal, mi editor. Con un
puro a medio quemar, los ojos inyectados en sangre, comienza a
maltratarme psicológicamente.
-¿Dónde está ese articulo sobre Charlie Brown, maldita sea?
-Prismal, yo... yo... -aun no me recupero del ajetreado día y no
alcanzo a articular excusas coherentes. Lo había olvidado por
completo.
-Tranquilo, Prismal. Es joven. -quien así intenta defenderme es E.
Rocha, el bonachón jefe de redacción quien, por alguna razón (?),
siempre se encuentra en la oficina del jefe.
-Al carajo Sánchez, cuando tenía tu edad yo ya había fundado un
periódico y sacado adelante a mi familia, no vuelvas a pararte por
aquí hasta que no traigas el articulo sobre Brown. Y olvidate de tu
paga.
Así que, sin cobrar mi cheque, salgo a la calle en medio de la
lluvia. El día melancólico y oscuro se cierne sobre la ciudad como
una mala premonición. ¿Charlie Brown? ¿Peanuts? ¿Qué
puedo decir, sin temor a cometer un error, de la tira cómica más
famosa de todos los tiempos? Una tira que duró 50 años y publicó
casi 18 mil entregas. La historia más grande de todos los tiempos
contada por un sólo hombre. Más extensa que Guerra y Paz,
que el Castillo de Kafka, más inmensa que Ulises y En
busca del tiempo perdido juntos.
Por si fuera poco, hay que agregarle una infancia en provincia y mi
encuentro tardío con la obra de Charles M. Schultz.
Chihuahua, Chihuahua, México, años ochenta y noventa. Los
periódicos locales publicaban Marmaduke y otras comic strips
genéricas. De vez en cuando, escondido en el clasificado, Robotman
aparecia intermitente junto a otras cosas que no vale la pena
mencionar. Pero de Peanuts nada. En la casa, mis padres de
izquierda tenían varios tomos de Mafalda, pero de Peanuts
nada. Para colmo, algo raro pasaba en esa ciudad. El canal cinco,
XHGC, no se repetía en el estado. Crecí (aunque eso no estuvo tan
mal) viendo los programas de IMEVISION, el canal del estado que
pasaba caricaturas culturales canadienses, producía los Cuentos
del espejo, con el entonces desconocido Andrés Bustamente y
rellenaba su barra infantil con extraños programas japoneses
producidos por la NHK. No me quejo, Kiko, Taro y Kika o Me
lo contaron en Japón, resuenan
con cariño en mi cerebro, pero de Peanuts
nada. Nunca tuve la oportunidad de niño de ver el famoso especial de
navidad de Charlie Brown, nunca conocí la historiá de la calabaza
de Halloween. Por supuesto, ante la apertura del mercado mexicano en
los años noventa las tiendas de regalos y chucherías se comenzaron
a llenar de parafernalia de Snoopy, el simpático beagle compañero
inseparable de Charlie Brown, pero en mi mente no concebía nada
parecido a las aventuras de Charlie, Linus, Lucy y Patty. Para mi
Snoopy era como un sucedáneo canino de Garfield, de quien si había
tenido la oportunidad de leer algunas historietas.
Tenía 14 o 15 años cuando comencé
a leer Peanuts en una edición ajada y amarillenta que compré por
cinco pesos en una librería de viejo. Fue una buena edad. Tal vez
más joven, y sin el antecedente endulcolorado de los especiales de
televisión, algo profundo se me hubiera escapado. Una melancolía
intensa emanaba de aquellas historietas. Charlie Brown es un niño
incomprendido por los adultos, quienes solo balbucean onomatopeyas
sin sentido cuando se intenta dialogar con ellos y a veces logran que
los personajes infantiles terminen expresando su frustración en voz
alta. Charlie Brown es un perdedor eterno, malo para los deportes,
incapaz de comprender a las niñas, con la sensibilidad a flor de
piel pero sin la genialidad intelectual de Schroeder o la dura
corteza exterior de Patty. Vamos, que Charlie Brown es la biografía
de cualquier adolescente normal que lo lea.
Creado en 1950 y continuado sin
interrupciones hasta el año 2000, Peanuts
(el nombre que le puso el primer editor y que Schultz siempre
detestó) no sólo fue la tira cómica sindicada más exitosa de
todos los tiempos (seguida de lejitos por Calvin y Hobbes y Garfield)
sino que definió las mismas bases de lo que tenía que ser una tira
cómica. Gracias al éxito de Schultz se estandarizó la entrega
diaria en cuatro viñetas a blanco y negro y una entrega semanal de
medía página de diario (o una de suplemento), la cual podía ser a
color. No fue fácil, las aventuras de Charlie Brown comenzaron a
publicarse en un periódico local bajo el nombre de Li´l
folks y en un par de años
fueron canceladas. El humor sombrío e intelectual de Schultz era
demasiado para un periodiquito de Minessota. Fue hasta que se acercó
al poderoso United Features Syndicate
cuando llegaron los laureles y ambos, autor e historieta
(rebautizada) lograron salir del anonimato. Un historia americana de
éxito basada en la historia de un perdedor americano.
Charlie Brown triunfó, además de
por el talante depresivo de su protagonista y las bromas de corte
intelectual con frecuentes referencias a la psicoterapia, por la
inteligencia que todos los personajes demostraban. Shcultz se negó a
tratar a los niños como tontos, tanto a los que dibujaba y escribía
como los que sabía que le leían todos los días en sus casas. Los
personajes de Peanuts
han creado su propio mundo, una versión miniaturizada del mundo
adulto que funciona a la perfección para retratar los absurdos de la
sociedad y de nuestro comportamiento. Snoopy mismo pasa de
comportarse como un simple perro a tener todo tipo de pretensiones
que nunca logra concretar, pretensiones la mayoría de ellas
literarias. Lucy es una abusadora hecha y derecha, al grado de
ofrecer ayuda siquiátrica por cinco centavos a su, casi siempre
victima, Charlie Brown, dejándolo siempre más confundido que antes
(cualquier parecido con la realidad...). Schroeder es un pianista
genial, un artista adorable, a quien queremos sin darnos cuenta pero
que invariablemente demuestra sólo estar preocupado por su arte al
grado de ignorar a sus amigos. Linus es un ingenuo, un niño frágil
y pequeño aunque poseedor de un corazón de oro. Su mantita, un
objeto de transición que debió haber dejado a los cuatro años, lo
acompaña día y noche para todos lados. Hay niños increíblemente
sucios, como los que todos conocimos, niñas enamoradas e
impredecibles, ñoños, matados, bailarines, adultos ilógicos,
gorriones de una seriedad maravillosa e interminables partidos de
fútbol americano y de beisból donde Charlie Brown, negado a ser un
héroe americano, pierde irremediablemente.
Empapado hasta los huesos, no me atrevo a entrar a casa pero tampoco
a regresar a la oficina. 18 mil tiras cómicas después, 355 millones
de lectores en 75 países diferentes, 40 especiales de televisión y
una serié de gran éxito, miles de recopilaciones en todos los
formatos habidos y por haber, peluches, tarjetas, balones, billones
de dolares ganados... ¿que podía yo escribir sobre Charlie Brown?
¿Cómo contentar a mi furioso editor? Podría decir que South Park
es una copia barata que funciona bajo los mismos términos sólo que
en guarro. Podría decir que Garfield y Calvin y Hobbes le deben la
vida al prepararnos a los lectores para un humor inteligente. Podría
decir que Quino leía Peanuts de contrabando... podría...
podría...
La lluvia sigue cayendo y me siento más confundido que un personaje
de Charles M. Schultz.
Un grito retumba en todo el edificio.
ResponderEliminar-¿Dónde está Raúl?! ¡Necesito el artículo!
Rocha contesta nerviosamente:
-P-pe-pero lo acabas de echar. ¡Es imposible tenga el artículo en tan poco tiempo!
-Maldita sea, Rocha. ¡Te pago por respuestas!
-Tú no me pagas.
-¡Eres un inútil!
Por toda respuesta el iracundo editor toma de los hombros a Eduardo y lo lanza por la ventana del edificio. Después de ello, se sienta tranquilamente en su silla y prende un cigarro. Piensa: "bah, lo salvará Superman". Se pone a pensar en el título de la primera plana, será perfecto para encarcelar a ese maldito trepamuros y...
-Mierda, continuidad equivocada.
Un sonoro Plaf sonó afuera del edificio.