El trogodlita americano:
Boogie el aceitoso.
Un país cuya historia
comiquera es grande pero que siempre parece pasarse por alto es Argentina. Cosa
craso extraño pues ha aportado grandes historietas al panorama mundial e
hispanoamericano del cómic. El primero de ellos pasa casi sin mención: la
genialidad de Quino, la enemiga mortal de la sopa, Mafalda. Otro es la
maravilla de la ciencia ficción El Eternauta. Sobra decir, los ejemplares
argentinos no le piden nada al resto del mundo.
Existe, dentro de las historietas
argentinas, una que llegó a México y causó sensación a quien la leía. Fuera terror, asco, tristeza, perturbación o
deseos incontrolables de reírse antes la tragedia del mundo, Nadie podía
escapar de este troglodita americano. Por supuesto, nos referimos al agente de
Fontanarrosa, Boogie el aceitoso.
Publicada en la revista Proceso, Boogie el Aceitoso difería radicalmente
de otra publicación de su autor, Inodoro Pereyra. Si uno era argentino el otro
no poseía identidad, si Inodoro elegía no talar un árbol, Boogie mataba a un
pequeño canario. Boogie era un troglodita, marrano, misógino, asesino y todo
mal fabricado por las mentes modernas. Pero para él es simple trabajo, su modo
de vida, el de mercenario.
En este punto se debe separar al Boogie de
la historieta y el de la reciente película. Si bien el boogie de la película es
violento, misógino, asesino y agresivo también, la base del personaje
cinematográfico difiere en la base del personaje del cómic. Lo cual esconde un
gran problema de Boogie: no se entiende el verdadero principio medular de su
acción.
Por supuesto, no se puede negar la masiva
violencia de Boogie, su misoginia no latente sino explotada con el más mórbido
detalle, su sarcasmo irreverente y su racismo total, Es una esencia del personaje. No obstante, tomar
solo esos detalles y enunciar a Boogie como un reflejo de la sociedad
estadounidense, que lo es, sería negarle el gran número de niveles detrás de
él.
Para entender en su totalidad al personaje
de Fontanarrosa se deben leer varias de sus historietas, no solo una de
ellas. Si se lee solo una, se tendrá la
impresión standard de Boogie: el troglodita destructor sin medida. Con tal, los
gags casi siempre terminan de manera parecida: con violencia o un asesinato,
casi siempre por parte del protagonista.
Mas, al hacer una lectura más específica
encontramos a Boogie no como el único personaje. Ninguno es recurrente pero
todos muestran un mosaico de diferentes características, cada una con un
propósito para Fontanarrosa; casi siempre la contradicción actual del estado de
las cosas. Muestran la insensatez del hombre en el racismo, en el arte, en las
relaciones de los seres humanos, en la globalización económica. La lectura del
personaje a lo largo de los años nos muestra entonces la ambivalencia del
protagonista con sus coestrellas eventuales a lo largo del tiempo.
Si bien nuestro protagonista es un
monstruo veremos que sus crímenes siempre son definidos por dos cosas, sus
fuertes creencias de americano retrógrada o el dinero. Es un mercenario, razón
de la cual se encuentra alejado de las demás personas, su propio mundo y sus
propias reglas. Sin embargo, los mayores crímenes en la historieta no son perpetrados
por él, son personajes mucho más elevados que él a los que muchas veces Boogie
solo responde como asalariado. Los genocidios y las muertes tan numerosas no
son sino acontecimientos de los cuales es solo testigo. Son personajes
secundarios quienes muestran verdadera sangre fría al ejecutarlos. Boogie es
espectador. Cuando toma mano propia en ellas, encontramos otro lado suyo.
Es difícil encontrar los otros niveles de
Boogie pues siempre son tragados por su personalidad tan fuerte en el exterior.
No se le puede asignar un valor positivo a sus acciones sino uno negativo. La
dificultad de reconfigurar tanta violencia es palpable pero es necesario
entender sus acciones no con una configuración negativa sino neutra. Al ser la representación de algo mucho más
grande, Boogie no puede sino seguir los dictados de este ente superior.
Siempre se ha dicho que Boogie representa
los pecados y atrocidades del gobierno americano pero su personaje puede tener
doble interpretación: una abstracción de las atrocidades americanas o una
abstracción de las atrocidades del mundo, de la sociedad en general.
Al ser esta abstracción, Boogie no hace
sino ser espectador en su historieta o ser un actante neutro. Siempre se
mantiene impasivo, sin alma. Se deja llevar por sus impulsos y deja hacer a la
sociedad lo suyo. Por algo Fontanarrosa se burla en varias tiras de esto en
donde Boogie achaca sus problemas a la niñez, todo esto mientras acribilla a un
asaltante. Existe esta naturaleza de negación y ser una fuerza de la naturaleza
en el protagonista pero la historieta va más allá de este punto. Boogie es
consciente de su papel.
Este juicio proviene ya de una lectura
atenta de la obra, pequeñas viñetas donde Boogie simplemente se encuentra
callado pero encontramos que es un lector apasionado de libros no consultados
cotidianamente por los asesinos. Se encuentra en diversas ocasiones leyendo a
Walt Whitman y a su obra más importante, Canto
a mí mismo.
Whitman postulaba a un héroe no individual
sino social. Uno nacido de la sociedad y que logre abstraerla dentro de sí.
Debe tomar lo social para transformarlo,
convivir con ella y ser un elemento activo de cambio. De esa manera
vendrá la verdadera revolución, la sociedad a través de uno.
Visto desde esta manera, la historieta toma
un nuevo significado. Sea como sea tomada la perspectiva de Boogie, su actitud
de muerte y destrucción no es un acto de sátira, al menos en el nivel más
profundo, ni una actitud nihilista en el mundo, donde solo busca su propio
placer, sino un complejo ejercicio de absolución.
Fontanarrosa se encarga de tomar a Boogie
como un avatar, una representación de los modernos males del mundo. Boogie es
espectador pero también toma parte directa o indirecta en estas masacres.
Muchas veces con actitud sarcástica. Al elevar a su protagonista a esta
categoría, el autor efectivamente lo dota de las mismas capacidades enunciadas
por Walt Whitman en sentido contrario. En vez de convertirse en el catalizador
para efectuar un cambio junto su sociedad, se abstraen todas las
características reprobables del mundo y se entrega a ellas con una felicidad
inusitada. Las acciones de Boogie no son sino un catalizador negativo hacia el
mundo, la poética e ideología de Whitman retorcida en una parodia con las
mismas funciones originales. No ser mejor o una representación de lo santo y
salud para cambiar a la sociedad a mayores alturas; es todo lo contrario, ser
una representación de todo lo negativo y disfrutarlo con gran alegría. Cargar
en sus hombros todos los pecados del mundo y la sociedad para crear la
autoconsciencia. Crucificar a Boogie para poder entonar la propia canción. Éste
es el nivel más profundo de la escoria del personaje para su autor.
Lamentablemente, este nivel se perdió en
la última adaptación cinematográfica y la parodia quedó en eso. Los balazos y
los actos perturbados de Boogie ya no son un intento de vindicación de la
sociedad por medio de la muestra de sus peores cualidades sino una excusa para
mostrar la violencia gratuita de la historieta. Y mostrar un argumento de
película americana. Con muchos balazos.
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