15.11.11

Supongo que tengo que presentarme


Todas las mañanas despierto con esta triste certeza de que soy un viejo cascarrabias. Ya me lo han dicho mi familia y mis amigos, pero no puedo cambiar lo que se agita en mi mente. Sin embargo, en este nuevo blog descubro sorprendido que no odio tanto las cosas como mis compañeros. Quisiera creer que no se debe a la diferencia de edad, a una secreta templanza que regalan los años. No es así porque la diferencia de edad no es tanta (hasta que alguien no cumpla treinta llamémonos contemporáneos, muchachos). No odio a Carlos Monsiváis, ni a Octavio Paz, ni algún autor de historietas en especifico. La razón principal de que no odie nada de estas cosas es precisamente porque soy un viejo cascarrabias. Quejarse es un ejercicio irresponsable, liberador para quien profiere la queja. El odio en cambio requiere compromisos.

Tampoco podría tildarme por completo de irresponsable, todo lo contrario, creo que hay cosas que deben tomarse en serio cuando nadie se las toma en serio. Este es sólo un defecto de mi amor, amor simple y llano por los productos culturales que han marcado mi vida: las películas de genero, los cómics, la literatura. Las primeras palabras que comencé a leer se encontraban aprisionadas en el globo de dialogo de una historieta de Walt Disney. Mi madre me leía las revistas de pequeño, pero, tal vez ante lo insulso de los diálogos (o lo que creía insulso), resumía los enunciados a un par de palabras significativas. Esto no me engañó durante mucho tiempo y comprendí que si quería conocer los pormenores de las aventuras del Tio Rico y su sobrino Donald tenía que comenzar a leer yo mismo. Desde entonces no he parado de hacerlo.
Crecí en los años noventa, rodeado de películas de ninjas, videjuegos de 8 y 16 bits, leyendo a Frank Miller y H.P. Lovecraft. Ahora creo comprender el valor de algunas de esas cosas, su calidad artística, su mensaje ideológico o su falta de ambos. Si esta clase de objetos pueden formar a un hombre, no veo porque no tomárselas en serio. Dirán algunos que la seriedad resta alegría a las cosas pero yo les diré que sólo la seriedad procura alegría en las cosas. Pregúntenle a cualquier hombre verdaderamente religioso o a cualquier hombre enamorado si no toman en serio su religión o su enamoramiento, pregúntenle también si estas cosas no lo hacen feliz más allá de lo ordinario.

Será bueno pedir disculpas de antemano si las opiniones que aquí exponga no cuadran con las de los lectores. Es sólo el defecto del amor de un viejo cascarrabias.

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