Raúl tuvo que correr para cumplir una misión ultrasecreta, orinarse en el café de Jorge Pinto, así que yo publicaré la primera parte de su gran análisis de Maus. Disfrútenlo.
Maus –Primera Parte
Es difícil hablar de Maus, de Art Spiegelman, cuando tantas personas, mucho mejores que yo, lo han hecho antes y tan atinadamente. A las pocas paginas nos damos cuenta que estamos ante un trabajo distinto, de una calidad sobrecogedora y de grandeza humana. Pero mejor vayamos por partes, hablemos un poco del contexto para quienes no han leído Maus y luego entremos a consideraciones estéticas.
Antes de la publicación por entregas de Maus en una revista underground, Art Spiegelman ya tenía cierto nombre e importancia en la escena de los cómics independientes, pero es con Maus que llega su verdadera consagración. Maus narra la historia de Vladek Spiegelman, padre del dibujante, un judío polaco y su paso a través de la segunda guerra mundial, desde las postrimerías del conflicto bélico y la vida en clandestinidad hasta el campo de concentración de Auschwitz. Paralelamente narra la difícil relación del artista con su padre. Punto.
Hasta ahí no hay más novedad y prácticamente hemos resumido toda la trama, la literatura del holocausto es bien conocida, y para muchos, la verdadera literatura de la segunda mitad del siglo XX. Tantas y tan bien construidas historias se han contado al respecto, tantos testimonios de sobrevivientes, que no deja de sorprendernos que una historieta venga a decirnos un poco más y darnos otra mirada humana más a la barbarie. Ahora quisiera entrar en detalles.
El estilo de Spiegelman varía bastante entre una historieta y otra, incluso en alguna parte de Maus inserta una vieja historieta suya Prisoner of the Hell Planet, publicada en 1972, donde podemos apreciar un estilo más elaborado que el de Maus. Sin alejarse nunca del expresionismo, Maus parece a veces dibujada por un niño de 5 años, incluso las perspectivas son prácticamente medievales y las proporciones de los personajes no siempre corresponden. Pero no pensemos en esto como un descuido, es un estilo bien planeado y cuidado, como podemos apreciar en la calidez y capacidad expresiva de los gestos. Con unas cuantas viñetas, Spiegelman da a entender los estados de sus personajes, y esa aparente tosquedad perfecta para hablar de un tiempo inocente antes de la guerra también resultará muy útil después, para plasmar gráficamente la violencia inherente a todo el nazismo, los uniformes, las esvásticas y los campos de concentración.
¿Qué hace Maus tan especial, como literatura del holocausto? Hemos sugerido que todas las historias al respecto son similares, y eso es porque no podría ser de otra manera. Los pocos sobrevivientes de la solución final tuvieron que pasar más o menos las mismas condiciones: ver como se extinguían poco a poco sus pertenencias, luego la clandestinidad, la violencia creciente de la propaganda, y finalmente una dura escapada a través de una Europa que era más bien un campo de batalla o la ignominiosa llegada a un campo de concentración. Al mismo tiempo se debía contemplar como los compañeros iban desapareciendo, enloquecían, se suicidaban, morían en un gesto de generosidad, o como tu misma gente te iba traicionando, poco a poco, pero al final siempre estaba omnipresente la cámara de gas. Primo Levi, Imre Kertész, y otros grandes escritores han tratado el tema, y Maus recuerda algunos de sus mejores momentos. Maus también me recuerda la literatura judía norteamericana, que no vivió el holocausto pero había aprendido a ser critica consigo misma y con su tradición.
Y es precisamente ahí donde radica el valor de la obra de Spiegelman. Los trabajos de Spiegelman siempre intentaron ser intimistas y sinceros, cuando esta idea se cruza con la épica del holocausto se produce algo maravilloso: aprendes a amar a los personajes en lo que tienen de humanos, frágiles o mezquinos. Hay no sólo una historia sobre el holocausto, sino sobre los supervivientes, que no dejan de ser personas con todos sus defectos, llenas de detalles oscuros. Hay una critica a los valores de los supervivientes pero también una critica a quien se atreve a criticarlos, en este caso, el mismo autor.
Da la impresión de que el autor no se guarda absolutamente nada, pero hay una discrecionalidad en su narrativa digna de un gran novelista. Tenemos primero a Art Spiegelman, un dibujante de historietas que fuma sin parar, incluso frente a su padre enfermo del corazón, padre depositario de una especie de violencia afectiva por parte del hijo. Tenemos la sombra omnipresente de Anja, la mujer de Vladek que se suicidó cuando Art tenía 20 años. La muerte de Anja no la explora a profundidad, pero parece ser una constante. ¿Por qué? ¿Fueron los horrores del holocausto? ¿Acaso de antemano, enfermiza de los nervios como era, estaba previsto su suicidio sin importar el holocausto? ¿Fue la vida junto al insoportable Vladek, la mala conducta y desprecio de Art, un muchacho también maniaco depresivo? Y luego esta Vladek, el gran protagonista, un viejo enfermo y ya en las últimas, al que le han sacado un ojo hace tiempo y quien narra toda la historia que viene a cuento. La descripción de él es simplemente magistral, Vladek es un hombre que aprendes a querer, un hombre irascible, tacaño, necio, cruel con su nueva esposa, y sin embargo el autor se las arregla para mostrarlo lleno de una ternura para con su hijo que no puede expresar abiertamente. En alguna parte Art se preocupa por la historieta que está dibujando y le dice a Mala, la nueva esposa de Vladek, que teme mucho perpetuar el estereotipo del judío avaro en su retrato de Vladek. En ese momento entra Vladek del jardín y por magia del dibujo bien estudiado y los diálogos cuidadosos vemos de pronto a un viejo frágil, rebosante de ternura, justo para después volverse un poco déspota con Mala.
El discurso de Vladek sobre la guerra es implacable. Intenta no sufrir por los muertos, pero algo se escapa. También tiene sentimientos contradictorios con los judíos colaboracionistas, quienes en su momento fueron el verdadero peligro en lugar de la Gestapo. Sin embargo, estos judíos colaboracionistas a veces le salvaron el pellejo a Vladek y la joven Anja. Cuenta, ya viejo, que le sigue mandando paquetes de regalo todos los años a uno, a pesar de que era un hombre deleznable. Cuenta que no sabe por qué lo sigue haciendo. Los polacos son peores a veces que los nazis y te entregan en la calle, los judíos son peores a veces que los nazis y también te entregan en la calle, los nazis a veces son misteriosamente compasivos, como lo puede ser un dios de la guerra que tiene cosas más importantes que hacer, pero al final siempre, siempre, está la cámara de gas.
Continuaremos próximamente en Maus segunda parte con algunas consideraciones sobe la literatura judía contemporánea y sus paralelos con la historieta. Así como la alocada teoría de porque Art Spiegelman escogió los ratoncitos. ¿Por qué? ¡Por que estamos locos! Sólo en Desde el Globo
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